viernes, 8 de mayo de 2009

Mi mamá me mima




El día de la madre… Qué se puede decir de un tema tan clásico como ése. ¿Alabarlo? Sí, puede ser. ¿Denigrarlo? Suena interesante, si tienes una nuez en vez de cerebro, claro. En fin, me ha tocado el deber de escribir una composición con respecto al día de la madre, y estoy lista para hablar de lo mucho que mimo y amo a mi mami.
Porque yo quiero a la jefa, muchísimo.
La verdad, después de mi pobre trabajo como hija merezco un despido inmediato. Llegar con algunas horas de retraso a casa, levantar innecesariamente la voz en cada intercambio de palabras, denigrar sus sugerencias en cuanto a mi desempeño escolar… Ah, y quedarme con el vuelto de las compras de la semana. Me declaro culpable, qué le voy a hacer. Doy gracias al tácito contrato de 18 años con puesto asegurado que mi madre firmó al ver mi sonrosada carita un 13 de Junio poco más de década y media atrás. Sin él, ya estaría patitas en la calle.
Quiero a mi madre, en serio, pero qué difícil me es recordarlo cada vez que me pide que obedezca una orden o cualquier cosa que me saque de mi estado de inactividad plácida.
“Saca al perro a pasear” Ordena mi madre desde la sala.
“¿Tengo qué…?” Inquiero perezosamente desde mi habitación.
“Es tu perro” Repite el viejo cliché con aburrimiento.
“También el tuyo.” Replico desafiante.
“¡Rocío!” Hora de huir o sufrir el huracán Charo.
Oh bueno, sólo porque ella le compra la comida, lo lleva al veterinario, le revisa las heridas, y le lleva las sobras de los restaurantes significa que a mí me toca sacarlo. No es justo, para nada.
“Hoy te recojo a la una y media, no más tarde.” Indica mi madre dejándome en la puerta del local.
“¿Tan temprano? Por dios, a esa hora aún estoy despierta los días de semana.” Me quejo tajantemente.
“Dos.” Suspira.
“¿Cómo puedes ser tan pesada? ¿No ves que es demasiado temprano?” Típica frase para típica situación.
“¿Quieres ir, o no?” Ah… La clásica amenaza.
“Grr…” Gruñido gutural y dejar el Bora con un portazo.
Ah claro, está bien que ella me haya comprado el vestido, pagado la peluquería, llevado a la peluquería y ayudado a maquillarme en vez de ver su serie, pero eso no le da derecho a arruinarme la noche. No, señor.
Y es a esa desconsiderada a la que le tengo que celebrar el día. Para que vean.
Bueno, creo que ya me he regocijado suficientemente en la ironía y puedo empezar a hablar claro y directo.
Cuando estaba en primero de primaria lo que más me emocionaba era el hecho de aprender a escribir. Ya había logrado descifrar esos extraños conjuntos de signos a los que la gente llama “palabras”, pero moría por aprender a reproducirlas. Finalmente un día la profesora nos anunció que ése día comenzaríamos el camino que terminaría con niños capaces de escribir con una correcta caligrafía (aún no podíamos apuntar a escribir con la ortografía ideal, pero por algo se empieza). Primero escribimos nuestro nombre, luego las vocales, después pasamos a ver consonantes, la “m” para ser más precisos.
“Por favor, escriban todos con buena letra en sus cuadernos la siguiente oración.”
¡Al fin! Utilizaríamos todos los conocimientos adquiridos a lo largo de las primeras semanas para escribir nuestra primera y perfecta oración.
“Mi mamá me mima” y luego, “Mi mamá me ama”.
He ahí la frase que todos los alumnos del primero de primaria les mostraron orgullosos a sus madres, esa noche en sus casas, cuando la reprodujeron para ellas.
Y esa es la frase que debemos recordar hoy. Porque nuestras madres sí nos aman.
Es curioso que un enunciado que nos martillaron tantas veces durante los inicios de nuestra vida escolar se haya deslizado fuera de nuestros cerebros con tanta facilidad. Hay que ver lo caprichosos, incomprensivos y desconsiderados que podemos llegar a ser con ellas. Yo lo sé, lo he sido. No es hasta que tienen sus propios hijos, que la gente finalmente aprecia completamente lo que su madre hizo por ellos. O tal vez me equivoco, tal vez sí saben valorar lo que ellas hacen, pero internamente claro. La quieren ahí en el fondo, pero el asunto es que también hay que exteriorizarlo. ¿O alguna de ustedes, madres, son telepáticas? ¿No? Bueno…
Porque la verdad es, que por más que me queje, aprecio lo que mi mamá hace por mí. Sé que ir a las 2 de la mañana, a veces manejando sola si mi padre se queda roncando en la casa, no es fácil. Y ni siquiera se podría decir que me lo he ganado, ser caprichosa no cuenta como mérito.
Más que enaltecer este día del año, el propósito de lo que escribo es, supongo, ofrecer una disculpa. A ti mamá, la única en la que siempre puedo confiar totalmente. Y el resto de madres también, tómenlo como las palabras que sus hijos probablemente quieren decirles pero no se atreven.
A ustedes, madres, no se molesten mucho si sus hijos las irritan al punto que empiezan a imaginar cómo sería si les tiraran la cartera en la cabeza. Y nosotros, hijos, hijas, o una o la otra. O las hacemos renegar un poco menos, o les pagamos un masajista personal para relajar tensiones. No se ustedes, pero yo voy por la primera. No está mal discutir, pero después de la tormenta, no olvidemos las cuatro palabras conciliadoras “lo siento, te quiero”.
Quiero terminar diciendo unas cuantas palabras que por infantiles no dejan de ser verdaderas.
Mi mamá me mima. Mi mamá me ama. Y yo amo a mi mami.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Entonces

…Entonces,
Dijiste adiós.

La situación era lacrimógena,
El individuo en mi pecho latía
Empeorando la fractura con cada pulsación

Por qué no te congelas, necio
¿No ves que te haces daño?
Deja de alimentar a este cuerpo de una vez

Quisiera hundirme en el sopor
Aquél de duración infinita…
Tú sabes bien cuál es.

Quiero caer en el abismo del olvido
Inyectar mis nervios con Alzheimer
Y dormir.

sábado, 2 de mayo de 2009

Tratamiento: Mis notas mentales no dan para más




Si pretendiera dármelas de escritora excepcional, escribiría un libro; pero como obviamente no lo he hecho aún, se puede concluir que yo no sobre estimo mis capacidades literarias ni me auto califico como gran escritora. Nada más alejado de mí que eso. Por tanto opto por permitir que el poco arte que poseo fluya no sólo por mis palabras, sino también por mis manos al hacer música (rasgar perezosamente una guitarra) o dibujar a lápiz (garabatear en todo lo que solía ser un árbol).


Diversificando al latente artista en mi interior evito encasillarme en un área, permitiéndome saltar de disciplina en disciplina sin necesidad de profundizar mucho en ellas. Como bono de esto, me puedo liberar de ciertas emociones que podrían ser tratadas como toxinas por mi organismo y las deshecho entre florituras de la pluma o acordes meramente salpicados de esmero.


Evito que el arte tome un gran lugar en mi vida, pues sé que no podría soportar tal responsabilidad; no obstante, si es que en algún momento llega el día en que mis sentimientos condensados sean perfectamente captados por terceros, sabré que he logrado algo y finalmente podré calificarme de artista, o al menos de comunicadora con gracia.


Y entonces, por qué no, podría escribir un libro.